La muerte del niño avilesino en diciembre enero de 2005 con aprobación judicial cuyo único delito fue ser hijo de una deficiente, nos pone en marcha para que no haya más asesinatos.
Defendemos también una mayor formación
www.adopcionespiritual.org
La educación sexual como educación de los sentimientos Enrique Rojas
Educar
es comunicar conocimientos y promover actitudes. Lo primero significa que
en toda educación hay una cierta cantidad de enseñanza que
se acumula, que se va sumando poco a poco y
hace que se vaya conociendo paulatinamente ese algo concreto. Después
viene una tarea importantísima: ¿cómo actuar frente a todo ese
caudal de conocimientos adquiridos? Son dos etapas sucesivas, pero complementarias.
Educar
es convertir a alguien en persona más libre e independiente,
con más criterio. Ser individuo capaz de pilotar la propia
vida con arreglo a unas normas humanísticas. Por eso toda
educación positiva humaniza y libera al hombre, llenándolo de amor.
Hay
que distinguir por tanto dos facetas en este terreno; por
un lado la información y por otro, la formación. Mientras
el primero consiste tan solo en la suma de una
serie de datos, observaciones y manifestaciones específicas, el segundo va
más allá. Trata de ofrecer unas pautas de conducta de
acuerdo con una cierta orientación humana, se preocupa que a
todo ese saber se le saque el mejor partido, favoreciendo
la construcción de un hombre más maduro, más hecho, con
más solidez... más humano y más dueño de sí mismo.
Muchos
libros sobre educación sexual no son tales, ya que sólo
cubren la parcela informativa, pretendiendo ser asépticos en la vertiente
formativa. Algo parecido puede suceder cuando ésta se imparte de
modo colectivo y termina siendo una especie de clase de
anatomía y fisiología a la vez, en donde se relata
como se realizan las relaciones sexuales, las distintas técnicas y
estilos que existen, pero no hay un fondo moral o
ético adecuado. Porque no hay educación sexual neutra. Es imposible.
Es una pieza de museo pedagógica, imposible en su esencia.
Habrá unas educaciones más cargadas de orientaciones y otras más
ligeras. Unas en la línea de la liberación sexual o
apuntando hacia el marxismo, hacia las corrientes del psicoanálisis de
Freud o siguiendo las directrices de Jung o de Adler
o del conductismo o inspiradas en el humanismo cristiano... pero
vacías de criterio no es posible que se den, ya
que a eso se le llamaría clase de anatomía o
de fisiología o de ginecología, pero en ningún caso educación
sexual. Ahí está el matiz diferencial.
Educar es instruir, formar, guiar,
sacar lo mejor que hay dentro de una persona; irla
puliendo y limando para hacerla más dueña de sí misma.
Es provechoso repasar las etimologías.
Esta palabra procede de dos
derivaciones latinas: e-ducare, que significa ir conduciendo de un sitio
a otro; y e-ducere, que quiere decir extraer, sacar hacia
fuera lo que hay dentro. Una y otra apuntan en
la misma dirección. Educar es aquella operación que se lleva
a cabo con alguien y que tiende a la realización
más completa de la persona. Esto se produce mediante un
progreso gradual y ascendente. Toda educación del tipo que sea
necesita tiempo. O dicho de otro modo; es necesario que
vaya asimilando paulatinamente todo lo que de palabra y obra
ha ido llegando hasta él. Acumulación de contenidos intelectuales, afectivos
y técnicos que se aprietan en una síntesis que debe
ser realizada por el educador.
Resumiendo: educar es promover el desarrollo
de una persona para que alcance un cierto nivel de
conocimientos teóricos, que le lleven poco a poco a una
actitud práctica que le conduzca a su mayor bien posible.
Vemos que consta ésta de una dimensión teórica y de
otra práctica . Toda educación es como una labor de
orfebrería: labrar a golpe de martillo y de cincel, para
sacar del material con que se cuenta lo mejor.
La educación
debe estar presente a todo lo largo de la vida;
pero la educación integral tiene su punto de partida en
la infancia y en la adolescencia.
¿Cuáles son los principales elementos
de la educación?: podemos resumirlos así: el primer lugar el
tema específico de que se trate (hay educación física, psicológica,
artística, para el tenis, el golf, el inglés, las artes
marciales y un larguísimo etcétera); después está la figura del
educador que tendrá una enorme trascendencia, la motivación que se
ponga en juego, el amor con que se enseñe esa
materia y la disciplina que será necesaria para que ésta
se vaya consolidando y no sea flor de un día.
Enseguida entraremos en cada uno de ellos.
La educación sexual consiste
en la consecución de un conocimiento adecuado de lo que
es la sexualidad, que va desde su desarrollo hasta la
culminación del encuentro físico entre un hombre y una mujer,
que apunta hacia la madurez psicológica y la plenitud de
la persona, en el marco de lo que debe ser
la dignidad humana. Ese conocimiento no descuida ningún aspecto del
hombre: va de la anatomía al plano físico, de los
aspectos psicológicos a los sociales y culturales, pasando por el
terreno espiritual y el entorno en donde ésta se desarrolla
o las etapas evolutivas que ésta va a tener. Educación
plena, completa, integral. Allí quedan convocados todos sus ingredientes. La
gran tarea del educador es proponer unos fines concretos, haciéndolos
sugerentes y atractivos, aunque en un principio sean costosos y
se presenten como una cuesta empinada. Todo lo grande del
hombre, es hijo del esfuerzo y la renuncia.
El éxito de
la educación consiste en proporcionar un conocimiento equilibrado de uno
mismo y de la realidad, promoviendo una adecuada jerarquía de
valores. La educación sexual fracasa cuando sólo es información técnica
y cuando hay un claro desajuste o una falta de
armonía en lo que se enseña. No hay verdadero progreso
humano si éste no se realiza con un fondo moral.
Por
tanto, una buena educación de la sexualidad se dirige a
conocer y disponer adecuadamente de la propia vida sexual, siendo
capaz de pilotarla hacia el mejor desarrollo personal. Su meta
es la integración de estas tendencias en una personalidad cada
vez más madura, de modo que todos los impulsos sexuales
se encaucen de forma ordenada y enriquecedora.
A los niños hay
que iniciarlos a medida que avanza su edad. Son explicaciones
sencillas y conformes a su psicología, pero sin falsear la
verdad. Sabiendo servirla como algo normal, natural, positivo.
En la adolescencia
sugerimos a los padres la postura de adelantarse y así,
ir trazando unos criterios que le ayuden a comprender lo
que en esos momentos experimentan dentro de sí. Cada caso
necesitará una estrategia distinta. Siempre las formas elegantes y prudentes
le darán al tema más calidad. En esta edad hay
que huir de dos posturas negativas bastante habituales: 1) El
rechazo radical y represivo, que nos hace volver a la
época victoriana, jansenista, montanista o a un puritanismo de mal
pronóstico; en todas esas concepciones late un no querer abordar
la cuestión, un dejarla pasar de largo por diversos motivos;
2) La antropología, materialista (biologismo) reduce la visión del hombre
a lo puramente material, no admitiendo las otras dimensiones (psicológica,
espiritual y cultural); un ejemplo sería el pansexualismo. Ambas posturas
son reduccionistas y ofrecen una visión estrecha del ser humano.
Educar
en y para la libertad siempre es un riesgo. Pero
es una tarea noble, que contribuye a introducirle a uno
en la realidad y que pretende en último término, desarrollar
todas las estructuras de un individuo buscando su realización integral.
Dominar y ser señor de la propia sexualidad, gobernándola con
amor, para entregarla a otra persona, a través de una
donación comprometida. Cuando no ocurre así, los impulsos sexuales van
ganando terreno según su capricho, llegando a tiranizar la conducta,
marcándole una línea obsesiva y machacona, que no libera al
hombre, sino que lo rebaja. De ahí que amor y
sexualidad formen conjunto recíproco: no se puede dar el uno
sin el otro en la relación hombre-mujer.