Recorre nuestra geografía una nueva especie de inquisidor, al que Alejandro Llano, en La Gaceta, denomina inquisidor laico,
y que se caracteriza por «su inconmovible seguridad en la excelencia
ética de la falta de convicciones religiosas y por su furor en impugnar
toda moral que apele, de un modo u otro, a la religión. Lo paradójico
de su tipología es que sustituye el presunto entusiasmo de los
seguidores de credos y confesiones por un celo no menos combativo en la
predicación de un laicismo que supone sin tacha». Y es que, según
Llano, «eliminada la religión, la moral tiende a absolutizarse, y el
moralismo se transforma en inmoralismo. Nadie tan implacable como los
puritanos y jacobinos. Golpean nuestras mentes hasta que penetre en
ellas su verdad. Confunden la ética con la legislación, y nos abruman
con reglamentos y regulaciones cada vez más capilares. Más les valiera
respetar la libertad, de la que toda moral surge y a la que toda moral
retorna».
Desde Gramsci sabemos el poder que
tienen los medios, especialmente el cine, a la hora de hacer penetrar
la ideología en las conciencias. Escribe Juan Orellana, en libertaddigital.com, sobre el guionista recientemente desaparecido Rafael Azcona,
que «ha sido, en realidad, un eslabón imprescindible en el proceso de
ideologización que ha vivido el cine español de los últimos cuarenta
años. Un proceso de fondo laicista que ha interpretado la historia de
España -y el papel de la Iglesia- en una clave guerracivilista
sectaria, la que le ha servido a Zapatero para acuñar su propia marca de memoria histórica. Recordemos, por ejemplo, el guión de La lengua de las mariposas
y los estereotipos que dibuja, y el papel del cura del pueblo en ese
contexto. Son siempre pinceladas, nunca grandes discursos, pero esas
pinceladas, año tras año y de forma constante, cambian una mentalidad
huérfana. En fin, Azcona se puede considerar como uno de los guionistas
más influyentes de los últimos treinta años, que ha aquilatado esa
especie de pensamiento único que se ha instalado en el cine español».
De tanto pensamiento único, luego anda la gente tan turbada y confundida que se pueden pronunciar cosas como las que dice Alberto Ruiz Gallardón a La Vanguardia:
«El amor humano es fascinante, el amor de un hombre con una mujer, de
una mujer con un hombre, o de un hombre con un hombre, de una mujer con
una mujer». Sí, es verdad. Fascinante. Rafael Bardají, analista del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), en una entrevista a Gonzalo Altozano publicada en Alba,
afirma: «El PP se contenta con ser visto como un buen gestor económico;
por eso no le importa ceder a la izquierda el terreno en lo cultural.
El PP no puede convertirse en el ala derecha del PSOE. Debería poner en
marcha una campaña a favor de los derechos de la persona, campaña que
pasa por decir que el Parlamento no puede regular ni la vida ni la
dignidad, pues éstos son derechos innatos, anteriores a toda situación
política».
Resistencia ante lo aparentemente inevitable es el artículo de Alfonso Aguiló que publica Hacer Familia y que trata acerca de la actitud de Sophie Scholl y sus compañeros de La Rosa Blanca
ante el régimen nazi: «Eran jóvenes y no querían morir. Les disgustaba
perder el encanto de vivir, como dijo muy tranquila Sophie el día de la
ejecución. Pero sabían que la vida no es el valor supremo, y que sólo
satisface realmente cuando se pone al servicio de algo que es más que
ella. Tenían el convencimiento de que la muerte no era un precio
demasiado alto a pagar por seguir los dictados de la conciencia. Por
eso marcharon serenos a su encuentro, sin miedo, sabiendo que morían
defendiendo algo grande, algo en lo que creían. ¿Qué importa mi muerte -afirmó Sophie-, si a través de nosotros miles de personas se despiertan y comienzan a actuar?»
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
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